miércoles, 11 de febrero de 2009

Sobre una mujer


Vi su fotografía días después, cuando baje a la computadora las que traía en la cámara. Vestía la misma blusa rosa, el cabello alborotado y la cara pintarrajeada con supuesto gusto, tal y como la conocí. Parecía una prostituta de las que salen en Los Caifanes. Tenía el rímel acumulado en las comisuras de los ojos y una gran mancha de maquillaje rosa sobre la cara. Su cuerpo era bello, como el de muchas otras chicas de 17 años. Tengo una debilidad por las mujeres que parecen caídas en desgracia. Ella era una de esas. Me pidió un trago, revisé mi bolsillo y fuimos a la vinatería acompañados de una pléyade de personajes. Yo quería Whisky, ella no tenía idea. La gente no entiende mi gusto por el Jack Daniels. Los otros pidieron mezcal, yo asentí. Pague y caminamos por la calle sin acertar a oír su historia. Se reía con fuerza y se apoyaba en mi prima, su entrañable amiga. Mi hermano platicaba con ella y le soltaba miradas lujuriosas. Platique con estos y con aquellos. Oí la tristeza de un tipo que su novia lo había engañado, uno más que contaba sus viajes por Finlandia. Su novia era un maniquí. “Mi esposa”, decía con fuerza y se pegaba en el pecho. Yo solté un par de consejos. Es lo que esperan los muchachos de un güey más grande. Algunos me respetan. Soy de los pocos que han salido del barrio, no se casaron y no se llenaron de hijos. Para ellos mi vida es un sueño. Para mí, su vida es mi sueño. Nadie está a gusto con lo que es. Cuando llegamos afuera de la fiesta nos estacionamos en el portón. El espíritu adolescente se olía por todos lados. Yo bebí un trago más para que los años excedentes se fueran eliminando y pudiera encajar. Ella seguía riendo y pedía música “para bailar”. Nadie iba a hacerle caso. Su novio desapareció por ahí y me acerque a decirle lo propio en una noche fría. Le dije algunas poesías guarras. La tomaba de la cintura y le habla al oído. Saque la cámara y nos tomamos algunas instantáneas. La besaba en el cuello, en las mejillas y cerca de la boca. Ella se reía. La acompañé al baño y en el pasillo oscuro nos besamos. Me hizo a un lado para decirme que su novio podía venir en cualquier momento. Luego, viendo mi cara me comenzó a chillar que los hombres solo la querían para “eso”. ¿Por qué la gente me ve con cara de confesor? La intenté besar de nuevo, pero seguía llorando. La dejé ahí en el pasillo. Cuando salió, se integró a la fiesta como si nada. La fiesta siguió y ella se fue a dormir con alguien más. La calle no había cambiado. Seguían siendo los mismos personajes, las mismas situaciones. Diferentes nombres.

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