miércoles, 11 de febrero de 2009

La hora del suicidio


Cuando llegue a casa luego de un día glorioso las botellas estaban vacías. No quedaba más tinto reserva ni lambrusco espumoso ni Sangre de Toro; vaya ni un pinche refresco de uva. Las cervezas estaban regadas en el suelo, pisoteadas mil y un veces contra la loseta. El baño olía a miados y había rastros de vomito cerca del sofá cama. La casa olía a marihuana. No se habían comido los quesos, porque son de esos que agarran la lengua, de esos que necesitan ser placeres aprendidos para comértelos con gusto. Había libros regados en los sillones, revistas rotas y trastes por todos lados.
Le pedí que pasara sobre esa escena de guerra. Me arme con unos “charquitos” de vino de las botellas sobrantes. “Un fondue de vinos”, dijo ella después de vomitar. Los puse en una tasa de barro, que es mi favorita y le hice la cama. Se habían acabado mis condones pero cuando menos habían tenido la delicadeza de deshacerse de ellos en el bote de afuera.
Dormimos en medio de la catástrofe gracias al cansancio de la noche anterior y disfrute con el olor de su cabello pegado a mi rostro. Sentí su delgado cuerpo unido al mío y como se abandonaba a mis brazos. No hay sensación de mayor tranquilidad que esa. Saber que ella puede abandonarse a ti y descansar tiernamente mientras tú roncas sin sentir.
Al despertar traté de hacer un poco de orden en aquel desastre. Platicamos y regrese a su lado dejando que todo siguiera caído. Y hablamos de todo y nada, de vida y muerte, de risas y llantos, de él y ella, de viajes y de encierros. Luego volvimos a dormir con el estómago vacío. Se fue muy de mañana. Luego de despedirla seguí durmiendo.
Por la tarde barrí, arregle libros y revistas, discos y trastes. Mientras Sabina pedía bajarse en Atocha y los Redondos hablaban del encantador infierno. Entonces, mientras se secaba el piso, llego la hora del suicidio. Me senté en el pórtico de la puerta y le mande un mensaje. Justo antes de que la cuerda llegara a mi cuello, me respondió.

Tú sabes no soy bueno


Desperté en otro hotel. Era una habitación pequeña, pero que daba al centro de la gran ciudad. Salude a mi acompañante desde la cama mientras ella contestaba el celular e iniciaba el skype para proseguir con su vida diaria. Una mujer ocupada, muy ocupada, de gran mundo, tres idiomas y una cuenta larga de teléfono. Yo era ahora solo un bulto en la cama, ayer era el especial nocturno, el gran conquistador, el hombre al que se le cumplían sus fantasías. ¿Así te gusta? ¿Me inclino más? El tipo que ofrecía plática y sonreía. El que no volteaba a ver a ninguna otra mujer. “Tengo hambre”, dijo entre una y otra llamada. “¿Podrías poner algo de música?“ Encendí la computadora y seleccioné algo que nos gustara a los dos. Ayer había sido pop basura cortesía de ella (con grandes interpretaciones mías), mezclado con mi necedad de oír grandes éxitos del lounge y de acid jazz. Puse en mi lap a Amy Winehouse, You know I’m no good. Me desperté con esa tonada y quería oírla en la habitación. Ella traía sus lentes de leer y esa bella bata de seda vietnamita. Toda una princesa. Yo me puse mis viejos pantalones de mezclilla deslavada y le avisé que me iba a bañar. “Yo también muero por desayunar.” En el baño leí la típica advertencia de “si usted olvido algo nosotros…” pedí todo, peine, cepillo de dientes, hilo dental, un par de aspirinas… “No tenemos, pero hay paracetamol.” Luego de ducha la encontré vestida. Estás enojada, dije. Me contestó con un largo beso que por poco se convertía en sexo sobre la alfombra, pero el rastrillo y lo demás tocaron en ese instante. Parecía una artista en su paseo dominical. Lentes negros, cabello suelto y ropa holgada. Yo traía la misma ropa de ayer, ella sabía que no regresaríamos a su casa, yo sólo fui a charlar. En la terraza del hotel, donde desayunamos el buffet dominical, encontré a una cuarentona de muy buen ver, a un par de políticos de más de setenta, una familia de gringos que disfrutaban el melancólico sonido del salterio y a la mujer más hermosa del mundo enfundada en mezclilla azul y una tierna blusa con cuello v que dejaba ver su breve y delicioso pecho. Me serví dos o tres veces jugo de naranja con mandarina y barbacoa. En un momento, mientras ella iba al baño me acerque a la chica y le pregunté su nombre. Ella se espantó. Tal vez todavía olía a sexo, pensé. Le pedí disculpas por el atrevimiento y profundamente afectado por su negativa le dije que una cara tan linda como la suya me obligaba a hacer tonterías. Sumé dos o tres lisonjas más que me salieron de muy dentro del alma. Ella se fue con su plato a las mesas del solar. Yo me quedé como vampiro en donde los rayos de la mañana casi no calaban. Al poco regresó mi acompañante y pidió nos fuéramos de ahí. La tome de la cintura y nos alejamos del restaurante. Antes de salir, voltee hacia atrás y descubrí a esa criatura hermosa con su escote asomándose a la jarra de jugos especiales (green juice). Le hice adiós con mi mano libre y ella me contestó de la misma manera un poco despistada. Le sonreí. Luego imaginé que delicioso sería despertar con ella un buen día por la mañana. Sentir su delgado cuerpo junto al regordete mío, y platicarle hasta entrada la tarde. No soy bueno, le diría y sabría que en un desayuno podría pasarle lo mismo que a mi actriz dominical en descanso.

Sobre una mujer


Vi su fotografía días después, cuando baje a la computadora las que traía en la cámara. Vestía la misma blusa rosa, el cabello alborotado y la cara pintarrajeada con supuesto gusto, tal y como la conocí. Parecía una prostituta de las que salen en Los Caifanes. Tenía el rímel acumulado en las comisuras de los ojos y una gran mancha de maquillaje rosa sobre la cara. Su cuerpo era bello, como el de muchas otras chicas de 17 años. Tengo una debilidad por las mujeres que parecen caídas en desgracia. Ella era una de esas. Me pidió un trago, revisé mi bolsillo y fuimos a la vinatería acompañados de una pléyade de personajes. Yo quería Whisky, ella no tenía idea. La gente no entiende mi gusto por el Jack Daniels. Los otros pidieron mezcal, yo asentí. Pague y caminamos por la calle sin acertar a oír su historia. Se reía con fuerza y se apoyaba en mi prima, su entrañable amiga. Mi hermano platicaba con ella y le soltaba miradas lujuriosas. Platique con estos y con aquellos. Oí la tristeza de un tipo que su novia lo había engañado, uno más que contaba sus viajes por Finlandia. Su novia era un maniquí. “Mi esposa”, decía con fuerza y se pegaba en el pecho. Yo solté un par de consejos. Es lo que esperan los muchachos de un güey más grande. Algunos me respetan. Soy de los pocos que han salido del barrio, no se casaron y no se llenaron de hijos. Para ellos mi vida es un sueño. Para mí, su vida es mi sueño. Nadie está a gusto con lo que es. Cuando llegamos afuera de la fiesta nos estacionamos en el portón. El espíritu adolescente se olía por todos lados. Yo bebí un trago más para que los años excedentes se fueran eliminando y pudiera encajar. Ella seguía riendo y pedía música “para bailar”. Nadie iba a hacerle caso. Su novio desapareció por ahí y me acerque a decirle lo propio en una noche fría. Le dije algunas poesías guarras. La tomaba de la cintura y le habla al oído. Saque la cámara y nos tomamos algunas instantáneas. La besaba en el cuello, en las mejillas y cerca de la boca. Ella se reía. La acompañé al baño y en el pasillo oscuro nos besamos. Me hizo a un lado para decirme que su novio podía venir en cualquier momento. Luego, viendo mi cara me comenzó a chillar que los hombres solo la querían para “eso”. ¿Por qué la gente me ve con cara de confesor? La intenté besar de nuevo, pero seguía llorando. La dejé ahí en el pasillo. Cuando salió, se integró a la fiesta como si nada. La fiesta siguió y ella se fue a dormir con alguien más. La calle no había cambiado. Seguían siendo los mismos personajes, las mismas situaciones. Diferentes nombres.

Días finales


El fin del mundo es algo recurrente dentro de la psique del ser humano. En algún momento de nuestra existencia hemos llegado a pensar en como sería el tiempo final, el día del juicio, el final de los días.
Cada cultura tiene su concepción y cada ser humano su versión. Hay desde las dolorosas de las religiones judeo-cristianas, con sangre lloviendo de los cielos, con trompetas anunciando pestes y el tremendo juicio sumario levantado a muertos y ajusticiando vivos. Hasta el sereno final de los hindús con todo desapareciendo sin ningún tipo de dolor.
Sin embargo, el dolor domina la mayoría de los finales. Esta necesidad de limpieza de los pecados cometidos sólo puede ser realizada con el ejercicio divino del dolor. El Dios inoculado en la mayoría cristiana es un Dios vengativo, un Dios padre golpeador, un Dios dictador y no uno de amor. Razón por la cual las sectas de corte sacrificio-consagración-perdón, menudean.
Los Testigos de Jehová son una de ellas. Esta escisión de la religión protestante norteamericana se fundó gracias a la creencia de que el fin del mundo era evidente. Su versión era aún más cinematográfica que la de las demás sectas de su tiempo, porque aquí incluía a unos pocos elegidos que se verían la cara directamente con Dios, luego de sortear las mil y un inclemencias que serían mandadas para el castigo divino de los mundanos. Sin embargo, el fin del mundo nunca llegaba, por más que movían las fechas y volvían hacer otro convite replegados en alguna solitaria montaña. Razón por la cual y luego perder muchos de sus practicante, aplazaron la fecha indefinidamente.
Casi nadie puede olvidarse del suicidio colectivo ocurrido en la Guyana, luego de que el reverendo Jim Jones obligara a sus fieles a beber jugo de naranja envenenado. Jones era un tipo ambicioso que predicaba el fin del mundo a diestra y siniestra, con el fin de que sus seguidores le endosaran sus propiedades, ya que ante la inminencia del final no tenía sentido seguir acumulando objetos. Sin embargo y luego de que los marines norteamericanos le siguieran los pasos hasta Sudamérica, decidió adelantar el juicio final y más de un centenar de sus fieles lo acompañaron al otro lado.
En nuestro país existen sectas neomexicanistas con varios europeos entre sus filas, y en ellas se ha propagado la versión de que la cuenta de los días Maya, que llegaba por motivos de espacio en las estelas hasta el 2012, es el día señalado para el fin. Razón por la cual varios ha empezado a pronosticar dicho año como el de la catástrofe final.
En especial he tenido acercamientos con una secta ubicada en el desierto de Saltillo, que mezcla a partes iguales ideología neomexicanista, con textos de la tradición hinduista, parafernalia jodorowskiana y las tradicionales paranoias sectarias. Una bruja new edge, que baja los libros de los santones hindús tan en boga en estados Unidos, como Osho y Sai baba, que habla sobre el tarot y pronostica que el fin del mundo será el señalado por las estelas mayas, no puede ser menos que risible. Pero para sus seguidores, es señal inequívoca de que todo lo que ella dice, es verdad. Desde el volverse vegetarianos clase dos, es decir ni huevo, ni leche y abandonar cualquier tipo de excitantes, como lo son el café, el ajo y la cebolla (¿?!¡).
Algunos de sus allegados se han propuesto vender sus pertenecías para poder acumular víveres ante la inminencia del desastre. El 2012 es el final y hay que irse preparando, a pesar de que varios de estos líderes espirituales como Alejandro Jodorowsky han insistido que el mundo cumple ciclos y que esta fecha no tiene nada que ver con un cataclismo a nivel planetario.
En alguna ocasión y ganándome la animadversión de uno de sus seguidores, le rpegunté que en que uso horario y que calendario regía la vida de Dios, digo, para poner mi reloj a tiempo del fin. El joven intento decirme algo, luego se quedó callado, para acabar dejándome con mi pregunta en el aire.
El realidad, la gente que desea el fin del mundo, es porque está cansada de su vida y piensa que si todo se va al carajo su existencia cambiara para bien.