jueves, 28 de enero de 2010

miércoles, 27 de enero de 2010

Incienso

La encontró un día en el parque. Ella estaba sentada en una banca cerca de una fuente, que asegura ser de la época de Carlos V. Él la vio sentada con sus piernas muy juntas, cubiertas por una falda larga, como de gitana. Sus ojos eran negros, enormes y estaban enmarcados por un rostro regordete, que la hacía ver más juvenil. Se puso a un lado suyo y le habló.

La plática se largo durante un par de horas. La chica acaba de llegar de Tabasco y venía con su corazón destrozado. Su novio de toda la vida la había dejado por otra chica y ella sufrió tanto en su casa, que decidió tomar sus cosas y escapar. La verdad es que era un poco aniñada. Con sus 23 años decía cosas que podían corresponder a una de 14 o 15. Brincaba cuando algo le gustaba y enarcaba sus ojos casi llorosos cuando él decía algo melancólico.

Se volvieron a ver en pocos días. Ella escuchaba las historias de él y después de ese tiempo comenzaba a contar un poco de su vida. De la dura vida cerca del mar, de que extrañaba el calor, que trabajaba como niñera en su excolonia. A los nueve años le dio su primer beso a un niño como regalo de cumpleaños. Nunca se le va a olvidar, dijo muy orgullosa de su ósculo. Un día se encontraron en la noche y él la acompañó al pan. Se rieron un poco de la situación, de la frase embromada que se hace de vez en cuando. El compró leche y juntos fueron a cenar al pequeño cuarto que la mujer alquilaba.

La comida se quedó en la mesa. Se besaron y tocaron, mientras ella gemía suavemente. A fuera un coro de perros acompañaban a los amantes. En la mañana, ella estaba lista para salir a trabajar. Hasta ese momento él se dio cuenta que pintaba, y no lo hacía nada mal. Había acuarelas en la mesa de centro y un cuaderno con dibujos. Lo ojeó, mientras ella se despedía. Ofrecía condones a la gente que pasaba en los parques, asegurando ser de una asociación civil que promueve el sexo seguro. Él estuvo desnudo hasta que ella regresó y volvieron a tener sexo.

Dentro no había sol. Si uno cerraba la puerta la noche volvía a llegar. Ella prendió inciensos y le hizo una limpia a su hombre. Después, él prendió un cigarro y lo fue a fumar al barandal que comunicaba al resto de las habitaciones. Vio el humo subir y por un instante pensó en no salir nunca más de esa habitación, pero su esposa lo esperaba.

lunes, 18 de enero de 2010

Sobre Deformances

El pasado viernes 15 el grupo conocido como exGatos de la Calle (o cuando menos muchos de sus amigos los siguen llamando así), ahora Grupo Cultural Larvados, organizó un evento llamado Deformance. Ellos se han caracterizado por ser un grupo de jóvenes con muchas ganas de trabajar, capacidad organizativa y talento. Hemos podido apreciar piezas suyas en bares y en la calle misma. Por lo que la invitación del cartel se hacía atractiva de muchas maneras.

Como es costumbre en un evento que organizan adolescentes, los asistentes (entre 16 y 22 años principalmente) comenzaron a beber. Algo tan común y normal como un día soleado en la playa. Yo mismo llevaba dos cervezas Noche Buena en la bolsa del saco y me las iba bebiendo a traguitos. Si uno recorre los centros culturales del país es tolerado beber durante diferentes eventos. En el Centro Cultural España, en el Tamayo, en el Museo de la Estampa, en Centro Nacional de las Artes, rodeados de embajadores, se ofrecían tragos.

El caso es que apenas iniciado el acto, uno de los participantes se subió al escenario y a nombre todos los demás del grupo, porque nadie lo contradijo, nos dijo al público que un “idiota” fue encontrado en el baño drogándose y que debido a eso se cancelaba el acto. Antes nos llamó “mierda” que no sabíamos comportarnos en un evento cultural y en pose mesiánica, afirmo que ahora ellos irían a responder ante las autoridades. Las patrullas estaban afuera y tuvimos que salir. Por qué las autoridades culturales no simplemente remitieron al que se estaba drogando y dejaron continuar el acto con normalidad. Porque este deseo de criminalizar los eventos culturales. Les falta sensibilización y educación para el puesto ya que no entienden lo que pasa por sus manos. Piensan que solo es ir a cobrar y salirse. Como si la cultura fuera un grupo de viejitos leyendo poemas muy tranquilos en su mesa. Cuando en ese mismo espacio se hicieron las posadas, todos estaban tomando y muchos salieron bastante borrachos. Ese día nadie llamo a la policía.

De todo este acto, lo que más sacó en claro es que la derecha avanza en nuestro país a pasos agigantados. Porque en sitios tan llenos de tranquilidad y libertades, como lo era Tlaxcala antes de las actuales autoridades estatales y municipales, (No hace falta decir nombres, todo mundo sabe quienes son) ha ido convirtiendo esto sistemáticamente en un páramo de corrupción y mala leche. Despojo de viviendas, una universidad sumisa y corrupta, largos tramos llenos bosques han sido talados para crear en ellos viviendas irregulares o puentes que no justifican su uso. Recuerden la vieja máxima, de “haz obra, que siempre sobra.” Contratos de trabajo que violan todas las leyes laborales y amigos torpes en puestos clave.

Me da mucha tristeza que los jóvenes “artistas” tlaxcaltecas sean tan chabacanos y temerosos que no atinan a levantar la voz. En lugar de este personaje habernos llamado “mierda”, ¿por qué no se unió a los que lo fuimos a aplaudir y nos pidió que no abandonáramos el recinto hasta que la función terminara? Por qué no se envalentonó (como lo hizo ahí) y nos pidió que lo siguiéramos al parque para continuar el evento. No entendía que los que asistimos estábamos de su lado, no contra él.

Jodorowsky, Becket, Ionesco, no le decían al público que eran “mierda” cuando la policía les cerraba sus eventos, ningún artista que lo sea, le dice “mierda”, porque sabe que su público ferviente es el joven, el transgresor, el que está experimentando, el que bebe, el que ama, el que busca entender que le pasa a él y al mundo.

domingo, 17 de enero de 2010

Ruidos

Los vecino de junto se pelean mucho. Es extraño porque en mi habitación es donde más se oyen sus voces. Durante las noches escucho sus gritos como si estuviera en medio de su sala. Oigo la voz chillante de ella y los gritos desaforados de él. Tienen hijos, no se cuantos, pero son bastantes. Algunos pequeños, no mayores de ocho años y un par de chicas alrededor de los veinte. Una de ellas tiene un cuerpo envidiable. No sé porque, pero a mí se me imaginó a Pocahontas. Morena, delgada, de un larguísimo cabello negro, lacio y brillante.

Es difícil imaginarse a esta chica siendo hija de esa masa informe que es la madre. La señora tiene verrugas en el cuello; es morena, pero en pedazos es casi negra, como las comisuras de los labios, las manos y las piernas. Es muy gorda y utiliza siempre vestidos amplísimos con colores chillantes. Camina cojeando y asfixiándose por el peso.

Cuando se cambiaron hubo martillazos durante varias noches seguidas. Golpes constantes en las paredes, seguidos de rechinidos de muebles que movían. No entiendo porque en la noche hacen esos movimientos, si a decir de los gritos nadie trabaja en esa casa. Un día me cansé de los ruidos y fui a hablar con ellos. La señora salió y muy amablemente me dijo que lo tomaría en cuenta. Dos días dejaron de hacer… lo que hicieran por la noche. Al tercero regresaron los mismos gritos, rechinidos y golpes en la pared.

Un viernes se oyó como llegaba un auto con el volumen altísimo y los bajos haciendo vibrar las ventanas. Eran cerca de las tres de la mañana. Yo acaba de llegar y deseaba conciliar el sueño. Esperé pacientemente a que se fueran. Pero no sucedió. Me vestí y antes de salir a reclamar, decidí asomarme por la ventana para ver la situación. Abajo, a la hija guapa la intentaban sacar del auto-discoteca. Ella se resistía, mientras el novio (un imbécil de 18 años) decía que él la iba a sacar de ese mugrero.

El padre estaba pedísimo y apenas si se podía sostener. Entonces la madre tomó de los cabellos a la hija y ante la resistencia de esta, la comenzó a azotar contra el auto. Su hermosa cabellera negra subía y bajaba con violencia mientras ella decía: No mamá. No mamá. La madre la metió a la fuerza y se acaba el zafarrancho. Los ruidos han cesado por algunos días.

miércoles, 13 de enero de 2010

La cocina del Alma

La semana pasada comí ravioles, ravioles argentinos, no italianos. Los argentinos son un poco más gruesos y grandes. Estaban rellenos de ricota y acelgas, no de espinacas. La salsa era bastante aguda, pero tenía buen sabor. Decía el dueño, un argentino llamado Matías, que era la receta de su casa. Que su padre se la había enseñado, y a su vez su abuelo a este. Una tradición que se transmitiría a sus hijos.

Matias era cheff, pero decía que lo que cocinaba era como lo que comía en casa. Me gustaron, vi el lugar y traté de aprenderme el camino por si había que volver después. Ayer mismo, me hice una tortilla española, siguiendo una receta de un libro de mi viejo. Puse en el wok aceite de oliva extravirgen, luego ajo picado y dejé que los aromas me entraran por la nariz. Corte las papas finas y las dejé freír tapando el wok. El ingenio ese conserva también el calor que los alimentos casi no se llenan de grasa; por el contrario, casi se hacen al vapor. Batí los huevos, mientras los salpimentaba. Al final, le gustaron a quien se los preparé. Me dio un beso de agradecimiento y siguió comiendo.

Me acordé de una amiga, de una que espero no ver en un tiempo. Me acordé de su cocina y de sus enormes copas rebosantes de vino. Me acordé de ese rico queso que comprábamos en el Costco y que venía en una bolsa negra. Recuerdo que lo comía en una de esas baguettes que vendían también ahí. Cocinábamos y bebíamos Concha y Toro, o algún otro vino chileno barato. Los caros nunca los abríamos. Siempre los postergábamos. Comíamos y acabamos borrachísimos. Una vez hicimos pasta. Desde la fécula y el huevo, hasta los tortelinis. Fue una gran cena. Ella acabó dormida en un sofá con su novio de ese entonces y yo en una silla.

Mi abuelo hacía pasta y mi tío Manuel tomó la estafeta. El hace una pasta excelente; desde cero y ha creado algunos platos deliciosos, con almendras, nueces y carne molida. Ha trabajado desde casas como cocinero residente, hasta restaurantes de en Polanco y en Club de Banqueros. Es un excelente cheff, pero su mal genio lo ha llevado a abandonar esos sitios. Cada vez que como pasta me acuerdo de él.

martes, 12 de enero de 2010

Nada responsable

Me prometí este año no escribir para el periódico nada responsable, nada comprometido, nada bien pensante. Guardé mi gorra con la estrella roja de cinco puntas y me decidí a escribir historias. Nada de reseñas de películas o menciones a libros, nada que implicara referencias culturales o quejas contra nuestras autoridades.

Que por lo bajo, son muy válidas, y antes de meterme en el baúl solo quiero decir unas cuantas cosas. Antes podías caminar sin problema en las calles sin que alguien del municipio te dijera que hacer o no. Podías estacionarte sin que alguien te cobrara por hacerlo (no tengo auto). Podías comprar alcohol toda la noche, sin que la mente pequeña de un conservador te dijera hasta que hora era conveniente dejarte tomar. Cuando cumplí dieciséis mi madre me dejó beber y llegar tarde a casa. Ahora, a mis treinta años una señora me quiere decir que hacer o no.

Además de que su concepto de cultura es muy discutible. Es más, ni siquiera es cultura popular o algo por el estilo. Si de verdad fuera así, hubiera invitado a las bandas de música de viento que menudean en el estado o los ejecutantes de salterios del estado. O a las bandas de rock que hay por todos lados buscando espacios. No haber echo un supuesto “realiti” que se quedó en eso.

Su pista de hielo era un gran comercial para la autoridad municipal, como si se tratase de un evento comunistoide. El voceador decía que todo era gracias a la municipé. Recordé a Stalin y sus pendones gigantes, donde se promovía la imagen del caudillo.

El ruido es lo terrible; antes podías sentarte a descansar un domingo por la tarde, ahora tenemos que soportar a gritantes que molestan la tranquilidad del parque, porque, lejos de la veintena de sillas y dos viejitos a los que le cantan no hay nadie más.

Como esa chica que tiene manía con Selena. Cada ocho días la misma tanda de canciones, una tras otra, con la misma mala entonación y el mismo raquítico baile. Por probabilidades, ya una le hubiera salido bien. En fin, que si llega a la gubernatura: adiós libertades, bienvenidos payasitos callejeros.