jueves, 4 de diciembre de 2008

La Barranca


Sin lugar a dudas David Cortés es uno de los mejores críticos musicales que hay en el país, junto a Héctor Siever y Sergio Monsalvo. Un personaje que se toma en serio su trabajo y que habla sobre la música con conocimiento de causa. No como un simple fan, a la manera que lo hacen cientos y cientos de críticos que pueblan las publicaciones y las páginas de Internet. Cortés tiene nociones musicales y se involucra con el objeto a estudiar de una manera objetiva.
De la misma forma La Barranca es una agrupación basada en la seriedad y el amor a la música. José Manuel aguilera miembro fundador, líder y letrista de la mayoría de las canciones, es un tipo enamorado del rock y de la música mexicana. No es de extrañarse que muchas de sus composiciones tengan como base el son o él bolero y las letras sean una dura introspección a los sentimientos humanos o críticas mordaces e inventivas sobre la situación del país.
Por eso es de celebrarse que David Cortés haya realizado una especie de biografía crítica de uno de los grupos puntales en el rock mexicano, que se ha sabido mantener al margen de vedetismos y de la corriente reinante en estos doce años que llevaba de labor.
La vida en La Barranca es un recorrido por uno de los personaje más sobresalientes en el rock nacional: José Manuel aguilera. Desde su infancia en el norte de la Ciudad de México hasta su paso por varios de los grupos subterráneos de renombre en la escena musical mexicana. Desde Sangre Azteca con el acordeonista Humberto Álvarez hasta la Sociedad de las sirvientas Puercas.
Grupo que lideraba el inefable doctor Fanatik, y que compartía instrumentos con Saul Hernadez, Alejandro Marcovich y Alfonso Andre. Todos vestidos de trasvestis y con eltras francamente absurdas y gandallas.
Grupos como Nine Rain, Jaguares en su primera alineación y el tandem conformado junto a Jaime López, que dio a luz el Odio Fonky. El libro es una joya por las confidencias vertidas en él, por el análisis disco por disco y por las anécdotas recopiladas.

De tarde en la ciudad


Hace tiempo recorría el centro de la Ciudad de México con otros ojos. El centro era un gran ente repleto de gente, con miles de voces y sonidos de autos llamándote hasta volverse un ruido blanco, ya casi inaudible. Llegaba apretado en el metro, recorría desde la estación Zócalo hasta Marconi y Donceles, que era donde trabajaba mi abuelo.
A veces, ya con algunos alcoholes encima, me invitaba a entrar a las cantinas donde departía con sus amigos. La que más recuerdo es la Dos Naciones, porque con una “bola” de cerveza negra tenías derecho a comer lo de la carta:chicharrón, enchiladas, sopes, carnitas, pancita y otros manjares calentados una y otra vez. En algunas ocasiones hasta caracoles en pasilla.
Yo todavía no tenía edad para entrar a esos sitios, pero mi abuelo se las ingeniaba para ser recibido en todos lados sin problemas. “Capitán o “don Ramoncito” le decían la mayoría de los meseros de los sitios donde visitábamos. El Mesón del Castellano, El Nivel, La Argentina, El Río de la Plata, Los Jarritos, La Oficina, La Ópera. Desde el viejo Salón Corona, donde no había ese atascamiento de pantallas de televisión, hasta el Mister Chong, cerca de López.
En López lo acompañaba a comprar guayaberas, en una camisería donde también encontrabas sombreros Tardan. El dependiente tenía ese aire de hombre joven salido de los cincuenta, con polvo en el mostrador y las prendas envueltas en plástico para evitar el polvo. Había de lino y de algodón, yucatecas o habaneras, importadas por barco o hechas en los diferentes talleres cercanos. Se medía una o dos y las paga en efectivo. En aquel tiempo no había tarjetas y había que tener los billetes muy bien ordenados en la billetera.
A veces le daba por tomar chocolate e íbamos al Morito, antes de que los precios se volvieran tan inaccesibles, que tres churros y una taza fueran impagables. O comprábamos pan negro alemán en una panadería en Uruguay que desapreció hace años.
Después cuando la noche caía y los pies nos dolían regresábamos en taxi a la casa. Yo me dormía en su hombro oliendo el Wildrot de su cabello.

Relaciones Públicas



Alguna vez conocí a una famosa pintora, y por famosa no quiero decir excelente artista o algo por el estilo. Es una mujer que gracias a su gracia personal, su encanto y buen trato ha podido subir escalones en el gusto popular y ganarse cierto prestigio con políticos y gente de poder. Lo cual la ha llevado a amasar una fortuna respetable y vivir en una casa en el sur de la ciudad de México.
Tiene hermosos catálogos de sus obras pagados por instituciones tan respetables como el Politécnico Nacional y en próximos días le harán un homenaje en su tierra natal, donde expondrán sus pinturas. Obras, que por lo bajo, sólo podemos catalogar como malas. Algunas, muy malas. Con algunos chiripazos que llegan a ser buenos. Telas que se cuentan con los dedos de la mano.
En algún momento también conocí a una escritora que francamente tenía un cuento bueno y lo repetía hasta el cansancio. Sus libros eran pequeños volúmenes con la misma trama y los mismos personajes. Ella nunca pensó en ser escritora, sólo que algún día alguien, me imagino que para tirársela, le dijo que porque no acudía a un taller literario y ahora tiene varios galardones en su haber.
Sólo que hay un pequeño problema con ella: no lee. Da talleres literarios y no lee, se ha ganado algunas becas, pero no lee. Escribe, pero no lee. Es gracioso oírla cuando critica alguna obra literaria porque parece que está hablando sobre la nueva temporada primavera-verano del Palacio de Hierro. Sin embargo, ella tiene en un futuro muy promisorio dentro de la literatura. Sus libros se venderán y tendrá varios premios que reafirmaran su calidad y prestigio.
Las dos comparten una sencilla cosa: la sonrisa fácil y afable. Ambas te caen bien una vez que las conoces, a pesar de lo irregular de su obra y de lo severos que llegan a ser algunos de sus críticos. Ellas siguen subiendo lento pero pertinazmente. Cuando vi las fotos de la pintora, me di cuenta que su circulo de amigos era grande y se rozaba con quien debería de ser. La escritora también pone en práctica este principio. Alguna vez le oí decir que nunca había leído el libro de su encumbrado “amigo”, pero que seguramente era “buenísimo”.

jueves, 2 de octubre de 2008

Mark Millar


La historieta mainstream, el cómic superheroico se había vuelto un producto insufrible, insulso, recargado de colores y de dobles páginas con hombres en mallas. Productos tan respetables como el afamado y poco leído “El Regreso del Caballero Nocturno” de Miller o “La Broma Mortal” de Alan Moore, habían pasado al olvido. El repetir hasta el cansancio la misma fórmula, con personajes cada vez más acartonados, hizo que hace algunos años Marvel (La casa de las ideas) cayera en números rojos.
Aunque algunos aseguran que todo fue un plan financiero para abaratar Marvel y venderla al mejor postor. Lo cierto es que con el cambio de editor y la entrada de Joe Quesada, comenzaron a subir sus ventas y lo que es más importante, a elevar el nivel de las historias. En ese momento de reestructuración entra el ingles Mark Millar, que venía de trabajar en DC, lugar donde encontró muchas reticencias a sus historias fuertes con alto contenido de sexo y violencia.
Millar y Bryan Hitch, el dibujante, revitalizaron a los Vengadores en la serie Ultimates. En alguna entrevista el inglés se preguntó sobre qué pasaría si se hiciera una película de los Vengadores. Lo que resultó fue un cómic hiperrealista, asentado en sus obsesiones: las tramas de guerra, la paranoia, las relaciones humanas conflictivas, el mundo de la farándula inundando la vida cotidiana.
Convierte al Capitán América en un conservador odioso, en un macho que odia las malas palabras y se queja de los desnudos en las películas, a Thor en un ecologista de izquierda, que presiona constantemente para lograr sus objetivos altermundistas y a Iron Man en un alcohólico mujeriego muy cool. Toma la relación marital entre Henry Pym y Avispa y la convierte en un infierno conyugal de golpes y reconciliaciones. Millar vuelve adultos personajes que podrían lanzarse a la basura.