lunes, 12 de abril de 2010

Latinoamérica resiste


Y resiste toda clase de problemas, desde los naturales, como incendios forestales, marejadas, temblores, lluvias y sequías, hasta a sus corruptos y torpes dirigentes, sus caudillos enloquecidos y su propia estupidez. Resiste el capitalismo salvaje y el saqueo. Por lo que su cine debería necesariamente refleja este espíritu de desesperanza y violencia urbana.

En Rodrigo D. No hay Futuro, la opera prima del colombiano Víctor Gaviria, el personaje principal recorre los barrios marginados de Medellín buscando algo que hacer. La pobreza, la violencia constante sugerida por una banda sonora llena de punk rock, nos brindan un retrato de lo que era vivir en un momento en que la cocaína encumbraba reyezuelos en Colombia, México y Estados Unidos. El mismo Gaviria nos ofrecería otro relato tremendo con La Vendedora de Rosas. Cinta, deprimente y cruda, donde las haya.

No es de extrañar que México tuviera aportaciones a esta violencia cotidiana, donde los jóvenes se enfrentan a ambiente adversos, como sucede en De la Calle. Esta obra intenta reflejar el medio hostil de la capital Mexicana. Sin embargo, se cuela un tufillo clasemediero en todo momento. Películas sin tanto renombre, como Perro Callejero y Ratas de la Ciudad son más directas y descarnadas que la mencionada. Es cierto que las capacidades actorales de los involucrados son pocas, que rayan en el melodrama, pero los mexicanos somos melodramáticos per se.

Ciudad de Dios de Fernando Meirelles y Kátia Lund, fue un mazazo en muchos sentidos. Por la puesta en escena, por la forma en que está filmada, por utilizar gente interpretándose a si misma -como ya lo había hecho Gaviria- y por mostrar al gran público que el cine brasileño existía. Aquí, la épica historia del auge y la caída de un par de capos juveniles nos ofrece la descomposición social del Brasil.

La argentina, Pizza, Birra y Faso, nos cuenta la historia de un grupo de adolescentes ladrones, que viven al día, buscando lo suficiente para la pizza y las cervezas (birra), en un Buenos Aires tremendamente jodido. En cada una de ellas se refleja los puntos de toque de la juventud latinoamericana. Simplemente terrible.

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