jueves, 4 de diciembre de 2008

Relaciones Públicas



Alguna vez conocí a una famosa pintora, y por famosa no quiero decir excelente artista o algo por el estilo. Es una mujer que gracias a su gracia personal, su encanto y buen trato ha podido subir escalones en el gusto popular y ganarse cierto prestigio con políticos y gente de poder. Lo cual la ha llevado a amasar una fortuna respetable y vivir en una casa en el sur de la ciudad de México.
Tiene hermosos catálogos de sus obras pagados por instituciones tan respetables como el Politécnico Nacional y en próximos días le harán un homenaje en su tierra natal, donde expondrán sus pinturas. Obras, que por lo bajo, sólo podemos catalogar como malas. Algunas, muy malas. Con algunos chiripazos que llegan a ser buenos. Telas que se cuentan con los dedos de la mano.
En algún momento también conocí a una escritora que francamente tenía un cuento bueno y lo repetía hasta el cansancio. Sus libros eran pequeños volúmenes con la misma trama y los mismos personajes. Ella nunca pensó en ser escritora, sólo que algún día alguien, me imagino que para tirársela, le dijo que porque no acudía a un taller literario y ahora tiene varios galardones en su haber.
Sólo que hay un pequeño problema con ella: no lee. Da talleres literarios y no lee, se ha ganado algunas becas, pero no lee. Escribe, pero no lee. Es gracioso oírla cuando critica alguna obra literaria porque parece que está hablando sobre la nueva temporada primavera-verano del Palacio de Hierro. Sin embargo, ella tiene en un futuro muy promisorio dentro de la literatura. Sus libros se venderán y tendrá varios premios que reafirmaran su calidad y prestigio.
Las dos comparten una sencilla cosa: la sonrisa fácil y afable. Ambas te caen bien una vez que las conoces, a pesar de lo irregular de su obra y de lo severos que llegan a ser algunos de sus críticos. Ellas siguen subiendo lento pero pertinazmente. Cuando vi las fotos de la pintora, me di cuenta que su circulo de amigos era grande y se rozaba con quien debería de ser. La escritora también pone en práctica este principio. Alguna vez le oí decir que nunca había leído el libro de su encumbrado “amigo”, pero que seguramente era “buenísimo”.

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