domingo, 17 de enero de 2010

Ruidos

Los vecino de junto se pelean mucho. Es extraño porque en mi habitación es donde más se oyen sus voces. Durante las noches escucho sus gritos como si estuviera en medio de su sala. Oigo la voz chillante de ella y los gritos desaforados de él. Tienen hijos, no se cuantos, pero son bastantes. Algunos pequeños, no mayores de ocho años y un par de chicas alrededor de los veinte. Una de ellas tiene un cuerpo envidiable. No sé porque, pero a mí se me imaginó a Pocahontas. Morena, delgada, de un larguísimo cabello negro, lacio y brillante.

Es difícil imaginarse a esta chica siendo hija de esa masa informe que es la madre. La señora tiene verrugas en el cuello; es morena, pero en pedazos es casi negra, como las comisuras de los labios, las manos y las piernas. Es muy gorda y utiliza siempre vestidos amplísimos con colores chillantes. Camina cojeando y asfixiándose por el peso.

Cuando se cambiaron hubo martillazos durante varias noches seguidas. Golpes constantes en las paredes, seguidos de rechinidos de muebles que movían. No entiendo porque en la noche hacen esos movimientos, si a decir de los gritos nadie trabaja en esa casa. Un día me cansé de los ruidos y fui a hablar con ellos. La señora salió y muy amablemente me dijo que lo tomaría en cuenta. Dos días dejaron de hacer… lo que hicieran por la noche. Al tercero regresaron los mismos gritos, rechinidos y golpes en la pared.

Un viernes se oyó como llegaba un auto con el volumen altísimo y los bajos haciendo vibrar las ventanas. Eran cerca de las tres de la mañana. Yo acaba de llegar y deseaba conciliar el sueño. Esperé pacientemente a que se fueran. Pero no sucedió. Me vestí y antes de salir a reclamar, decidí asomarme por la ventana para ver la situación. Abajo, a la hija guapa la intentaban sacar del auto-discoteca. Ella se resistía, mientras el novio (un imbécil de 18 años) decía que él la iba a sacar de ese mugrero.

El padre estaba pedísimo y apenas si se podía sostener. Entonces la madre tomó de los cabellos a la hija y ante la resistencia de esta, la comenzó a azotar contra el auto. Su hermosa cabellera negra subía y bajaba con violencia mientras ella decía: No mamá. No mamá. La madre la metió a la fuerza y se acaba el zafarrancho. Los ruidos han cesado por algunos días.

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