miércoles, 27 de enero de 2010

Incienso

La encontró un día en el parque. Ella estaba sentada en una banca cerca de una fuente, que asegura ser de la época de Carlos V. Él la vio sentada con sus piernas muy juntas, cubiertas por una falda larga, como de gitana. Sus ojos eran negros, enormes y estaban enmarcados por un rostro regordete, que la hacía ver más juvenil. Se puso a un lado suyo y le habló.

La plática se largo durante un par de horas. La chica acaba de llegar de Tabasco y venía con su corazón destrozado. Su novio de toda la vida la había dejado por otra chica y ella sufrió tanto en su casa, que decidió tomar sus cosas y escapar. La verdad es que era un poco aniñada. Con sus 23 años decía cosas que podían corresponder a una de 14 o 15. Brincaba cuando algo le gustaba y enarcaba sus ojos casi llorosos cuando él decía algo melancólico.

Se volvieron a ver en pocos días. Ella escuchaba las historias de él y después de ese tiempo comenzaba a contar un poco de su vida. De la dura vida cerca del mar, de que extrañaba el calor, que trabajaba como niñera en su excolonia. A los nueve años le dio su primer beso a un niño como regalo de cumpleaños. Nunca se le va a olvidar, dijo muy orgullosa de su ósculo. Un día se encontraron en la noche y él la acompañó al pan. Se rieron un poco de la situación, de la frase embromada que se hace de vez en cuando. El compró leche y juntos fueron a cenar al pequeño cuarto que la mujer alquilaba.

La comida se quedó en la mesa. Se besaron y tocaron, mientras ella gemía suavemente. A fuera un coro de perros acompañaban a los amantes. En la mañana, ella estaba lista para salir a trabajar. Hasta ese momento él se dio cuenta que pintaba, y no lo hacía nada mal. Había acuarelas en la mesa de centro y un cuaderno con dibujos. Lo ojeó, mientras ella se despedía. Ofrecía condones a la gente que pasaba en los parques, asegurando ser de una asociación civil que promueve el sexo seguro. Él estuvo desnudo hasta que ella regresó y volvieron a tener sexo.

Dentro no había sol. Si uno cerraba la puerta la noche volvía a llegar. Ella prendió inciensos y le hizo una limpia a su hombre. Después, él prendió un cigarro y lo fue a fumar al barandal que comunicaba al resto de las habitaciones. Vio el humo subir y por un instante pensó en no salir nunca más de esa habitación, pero su esposa lo esperaba.

No hay comentarios: