lunes, 5 de abril de 2010

VHS

Tengo varios VHS en casa y es que mi familia es adicta al cine desde que yo tengo memoria. Antes de que se popularizara el formato Beta, de Sony, se cooperaron para comprar un proyector de super 8. Lo trajeron de Reinosa, vía unos familiares que vivían en Tampico. Acondicionaron una habitación vacía y proyectaban para amigos y vecinos algunas películas. Recuerdo que la primera que tuvimos fue una versión recortada de Domingo Negro. Esa peli basada en una novela del entonces desconocido Thomas Harris. Iba de un grupo de palestinos que quería soltar una bomba en el Superbowl en Miami.

Me encantaba oír el sonido de la máquina pasando la cinta de un carrete a otro y el sonido conectado a unas bocinas enormes de cajón de madera. Me gustaba ver la cinta atravesada por la luz y como esas imágenes fijas se convertían en movimiento. Siempre he pensado que el cine es un artilugio alquímico, que no tiene nada que ver con la técnica, sino con la magia. El cine revive muertos, hace cantar a la gente, la hace reír y hasta provoca dolores de cabeza.

Luego, una señora rica que quería con mi abuelo, nos vendió una videocasetera Beta y fue la delicia de todos. Un tío y yo, más o menos de la edad, pintábamos la cartelera a proyectar esa semana. Porque en aquellos tiempos encontrar cintas piratas era en verdad complicado y muy ilegal, así que eran pocas las películas que se podían ver.

Recuerdo que llegaba un compa con un portafolio negro de esos de Samsonite y lo abría hasta que estaba dentro de la casa. Ahí mostraba poco a poco los hallazgos: Conan El Bárbaro, películas de guerra Filipinas, que pensaba eran gringas, Mad Max, Un detective suelto en Hollywood, Guerreros del Bronx, Escape de Nueva York, Castillos de Hielo y muchas románticas. Casi siempre se hacían con las de terror, como La Profecía, El Exorcista o un Hombre lobo Americano en Londres. Mientras yo le pedía las de ciencia ficción en renta. El hombre regresaba cada semana con novedades. Luego dejó el maletín y lo cambio por una maleta verde, de militar. Para ese momento ya era todo un capo de la piratería.

En pocos años compraron una VHS de Samsung y comencé a grabar cintas de la tele y a comprar mis propios videos. El aparato tenia un control alámbrico con un cable de casi doce metros. Hace poco hice limpieza y vi todos mis VHS llenos de polvo, muchos de ellos echados a perder por una lluvia torrencial y decidí tirar todos, a excepción de unos pocos que no se irían con el camión. Pero no lo pude hacer. Desde su repisa me siguen saludando Hitchcock, Croneberg y Kubrick. Simplemente sería como tirar parte de mi vida.

1 comentario:

José Javier Reyes dijo...

Enfermedad del siglo XX que se acabó con el XXI, los VHS todavía nos persiguen como un enjambre de insectos. No sabemos por qué los guardamos, porque la video no sirve y la regresadora de cochecito se desbarató en la última mudanza. Son una especie de recuerdos enlatados. Ya hay Blue ray, viejo, tira esas chingaderas.