martes, 16 de marzo de 2010

Paz y baile



La invitación llegó con el boca a boca y luego, en una página de internet. El pacto fue el sábado a las doce del día. En el metro se veían venir las oleadas de gente, de adolescentes enfebrecidos que deseaban mover el cuerpo al ritmo de la música. En la entrada nos quitaron todo tipo de latas, de botellas, pero permitieron meter comida y algunos más abusados: un poco de alcohol y mota.

El lugar se extendía a nuestros pies como un enorme espacio donde la policía, apostada afuera, con sus escudos, toletes y cascos no podía entrar. Había un muro donde grafiteros pintaban, y varios puestos donde los organizadores ofrecían información de sus luchas, además de comida y la que en poco tiempo se volvió más que indispensable: el agua.

A las doce en punto subió el primero de los grupos. Luego de un poco reggae, subió al escenario Rubén Albarrán y su proyecto alterno, Jopo. Aquí su voz se torna suave, acompañada de instrumentos tradicionales, incluso algunas jaranas. Pero, como siempre sucede, la gente está acostumbrada a la fórmula y exigían que fuera un Café Tacuba. Sin embargo, no cedió. Las versiones a la chilena Violeta Parra no se hicieron esperar y llenaron de candencia el polvoriento espacio.

Al poco tiempo la cumbia se hizo presente con El Gran Silencio y comenzaron a bailar unos, mientras otros se desmayaban por el sol y el polvo. Eso sí, los menos. Uno podía voltear y ver la más vario pinta playade juvenil: punks de largos mohicanos, emos venidos a menos, futboleros con sus camisas de los Pumas, roquers viejos, metalerosos, chilangos barriobajeros, hiphoperos y portadores de pantalones rojos, verdes, rotos, cuadriculados, viejos, nuevos. El oído afinado reconoció a gente de Torreón, Morelia, Tlaxcala, Puebla, Cuernavaca y Guadalajara. Ahí estábamos todos, oyendo surf, jazz, reggea, punk, ska, cumbias, sones, hip hop y demás fusiones.

Mientras afuera seguían matando gente, a pesar del ejército y la policía, dentro bailábamos y reíamos. Adentro nos moríamos, pero de cansancio, de tanto saltar, de tanto reír y jugar, de tanto cantar. Paz y baile. A las once y media oímos Baracunatara y los todavía miles que quedábamos salimos rumbo al metro. Atravesamos entre los cansados policías -que cenaban un tamal- y nos fuimos a nuestras casas.

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