lunes, 3 de mayo de 2010

Extraño el cine viejo


Cuando era niño me mandaban dos meses a Tampico. Luego del atasque de playa, íbamos a un cine enorme, con doble balcón y pantalla de piso a techo. Nada que ver con las míseras proporciones de las actuales. Los programas eran dobles y a veces, -ya en la tarde- hasta triples. Así pude ver platillos extraños como El Charrito de entremés, Aliens como plato fuerte y Enrique y Ana como postre.

En Apizaco me hice amigo de la dueña del cine, merced a eso podía entrar a todas las funciones gratis. Cada mes programaba en sus tres salas, dos diminutas y una enorme, tres películas con permanencia voluntaria. Así pude apreciar lo mejor y lo peor de la cinematografía gringa y mexicana. Recuerdo que fue en ese cine de mis amores (con su pantalla cocida en medio para dar el largo de la pared) que tuve mi primer y única relación homosexual. Mickey Rourke, vestido de cuero, ostentando ser Harley Davidson y su compa Don Johnson como Marlboro Man. ¡Pua!, la debí ver cerca de 12 veces sin parar; repitiendo diálogos, gritando en la escena en la que se avientan a la alberca y riéndome cuando se le rompen las botas a Johnson.

En el DF iba al cine Cosmos, al Manacar, a Américas, al Palacio Chino, pero el cine de mis amores era el Zapata. Ahí vi el tremendo enfrentamiento de Godzilla contra su clon tecnificado, Mecagodzilla; a Batman golpeando al Guasón, a Pacino esperando salir ileso en Tarde de Perros.

Recuerdo que cuando llegué a los Cinevas, las enormes salas ya fenecidas en la tlaxcalteca, programaron Siete en la Mira. Que increíble fue llegar y encontrarlo abarrotado. Tener que sentarse en el pasillo porque no había butaca que no estuviera llena. Ver a Jorge Reynoso secuestrar un pueblo fronterizo, hasta dar con el asesino de su amigo motociclista. Reynoso y su look de Mad Max, Reynoso y su increíble cara de tira despiadado, ahí apodado Vikingo. Ver la batalla final en la que un delgado y ya anciano Mario Almada doblega a un forzudo y joven Vikingo ayudado por un látigo.

Pero el cine se ha perdido en su implacable deseo de ganar dinero. Tiempos de capitalismo salvaje.

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